Lo perdemos todo en el juego, la obstinación
del cinco rojo y volver a darse con un cántaro en las narices
levantarse con el cuerpo enmohecido, no amoratado.
Desayunamos y nos da por mirar hacia el mar,
imbéciles que no sentimos con la piel despierta el aire
que respiramos y nos obstinamos en un mar
que se alejó cientos de metros hacia el horizonte,
cada vez más arena entre los dedos, más vicio apurado
en el último momento que nos deja con la desgana
prendida del orgasmo. No os incomodéis en las butacas,
no soy un rebelde sin causa, no soy un héroe que salva
a la chica, soy más bien el que, ridículo, se quema vivo
por no mover un dedo y luego busca entre las migajas
las sobras del bistec que se comieron bien hecho otros.
Pablo Esteve. 18/04/2012. Donosti.