martes, 3 de enero de 2012

salsa de ricotta

no tienes por qué decirme que todo

está bien tantas veces, porque ya lo sé,

porque me haces cosquillas desde los pies.

Si no tienes claustrofobia dame tu mano,

tropieza en mis labios porque no puedo

parar de reírme y qué importa si despertamos

a tus amigos, me siento a punto de evaporarme

tenue contra tu piel. Hemos tropezado

con una bicicleta, con la fregona,

con una bolsa del super llena de patatas para asar,

coincide con la olla a presión que son

nuestros cuerpos en el estallido

de un beso que me ha sorprendido

en medio del pasillo o al ir a coger la toalla en la ducha.

Se suceden ruidos de puertas que espían, que nos envidian

y eso te excita, lo compruebo en cómo tu mano

sube por mi brazo hasta el hombro y no se detiene

hasta que cuenta uno a uno todos los lunares

de mi cuello. Cambiamos de canal y casi nos caemos

de las sábanas ya húmedas, al pensar en los jadeos

ornamentales como de ópera barroca que me contaste

el mismo día que nos conocimos.

sabes, no me importa que mañana

tenga que madrugar chillamos nos quemamos,

renunciamos a la eternidad de ocho horas de sueño,

no me importa porque esa sonrisa, esa respiración

coincide con mi sueño, en el que aparezco a punto

de lanzarme de cabeza a la piscina. Me miras

como si no entendieras y te evaporas,

y por tu mente, a mil fotogramas por segundo,

el sinfín de horas cambiando canciones por el suelo,

con cervezas, tirados después, el roce insignificante,

el que puso el contador de la bomba nuclear a cero

y mi obsesión por los bombones rellenos de licor.

Pablo Esteve.

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