no tienes por qué decirme que todo
está bien tantas veces, porque ya lo sé,
porque me haces cosquillas desde los pies.
Si no tienes claustrofobia dame tu mano,
tropieza en mis labios porque no puedo
parar de reírme y qué importa si despertamos
a tus amigos, me siento a punto de evaporarme
tenue contra tu piel. Hemos tropezado
con una bicicleta, con la fregona,
con una bolsa del super llena de patatas para asar,
coincide con la olla a presión que son
nuestros cuerpos en el estallido
de un beso que me ha sorprendido
en medio del pasillo o al ir a coger la toalla en la ducha.
Se suceden ruidos de puertas que espían, que nos envidian
y eso te excita, lo compruebo en cómo tu mano
sube por mi brazo hasta el hombro y no se detiene
hasta que cuenta uno a uno todos los lunares
de mi cuello. Cambiamos de canal y casi nos caemos
de las sábanas ya húmedas, al pensar en los jadeos
ornamentales como de ópera barroca que me contaste
el mismo día que nos conocimos.
sabes, no me importa que mañana
tenga que madrugar chillamos nos quemamos,
renunciamos a la eternidad de ocho horas de sueño,
no me importa porque esa sonrisa, esa respiración
coincide con mi sueño, en el que aparezco a punto
de lanzarme de cabeza a la piscina. Me miras
como si no entendieras y te evaporas,
y por tu mente, a mil fotogramas por segundo,
el sinfín de horas cambiando canciones por el suelo,
con cervezas, tirados después, el roce insignificante,
el que puso el contador de la bomba nuclear a cero
y mi obsesión por los bombones rellenos de licor.
Pablo Esteve.
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