viernes, 2 de diciembre de 2011

Presencias (recetas para quien dude)

Lo liviano. Lo que nos construye pieza a pieza y ser mejores. Más completos. Deslizado desde lo ocre de los paseos contigo, cuando apurando las causas de una tragedia aspiramos a lo magnífico. Una extravagancia. Contaré una historia a modo de introducción, tocan las campanas en la iglesia de San Vicente. Es mediodía. Aún no está todo perdido. Hoy no será uno de esos días en los que diga lo mismo a las 8 de la tarde. No dejaré ni un ápice sin triturar, sin caminar con brío, sin quitar las asperezas o a los que digan que lloverá, con la tragedia mascada como un chicle de caucho. La presencia. Ante este hecho se me plantó Kundera con la belleza del error, que mirado bajo un espectrograma es la pura definición de la presencia, lo que constata su existencia. Su construcción. Siguiendo como un cordero resucitado tras ser degollado, traje en mi maleta plastilina, barro, botas pintura, rotuladores permanentes en una gran caja con unas letras enormes para niños grandes “Pasado mañana”. La presencia, lo liviano trabaja a corto plazo para formarse y a largo, para sentirse menos pereza y más confianza. A veces, el frío de la cerveza nos estremece. Se nos adelanta unos metros. Nos toca la punta de la nariz y nos dice “atentos”, nada de cuidado. Abrid los ojos, estad dispuestos al error, a lo que marcará ese camino en constante creación. Mi abuela murió por un error, aquel tubo le estalló las venas y se ahogó. Todo fue de una presencia atroz para los asistentes. Qué derecho tenemos, me pregunto para pensar en estos errores, en la cadencia de un genocidio, en las escotillas siniestras de un tanque o de un sótano sin salida de emergencia o de un matrimonio en el que ninguno de los dos sabe qué hace con el otro. Elijo. Ese es el principio. Si puedo elegir, elijo la belleza del error. Elijo lo que me da la gana para explicar la felicidad de respirar las veces que hacen falta por minuto para seguir soñando con palabras favoritas como, después de la campanada, surge el susurro. Mañana en las corseterías, en vez de café a un euro para llevar, ofrecerán susurros sin empaquetar y en los museos de arqueología, susurros descorchados o susurros deshilvanados y en las peluquerías, susurros con las ventanas abiertas. Y aunque llueva, habrá susurros bajo los soportales, bajo los paraguas de cualquier color menos negro y de vez en cuando, alguien se pondrá un susurro en la solapa como en una cita de amor. Pagará con un susurro y medio todas las facturas telefónicas que lleven sonrisa incluida y alguien colará un susurro tres cuartos con perfume de mujer en el bolsillo del suicida. Habrá susurros a bocajarro para el desconfiado y floreros y gargantillas de susurros para el ilusionado y para el friolero, un foulard con susurros y chorreras. En cada punto y coma de esta historia con final feliz habrá una campanada a la una y diez de la madrugada que despertará a los menos gato, a los que no sueñen lo suficiente como para despertarse sobre un pastel de cumpleaños.


Pablo Esteve. Donosti-San Sebastián. 01/12/2011. Papiroflexia.

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