iván, tenía dos años y medio
parecido a laura o a lucía, sí,
ya andaba, descubriendo, tanteaba
con la certeza de poseer cada uno
de los segundos de las veinticuatro horas.
Encontró una silla de nogal, con incisiones,
huellas, lenguetazos de amores veraniegos
o viejecitos de hoja perenne, imprimió uno
tras otro en sus dedos, las migrañas de manuel,
el oficial de primera que arrancó la motosierra,
la reserva de vacaciones a cancún de quique,
el carpintero, sintió el barniz derramado
en exceso porque mario tendrá su primera hija
y estaba en las nubes. Iván sonrió, trasdendente,
con una mirada de octavo y apuró el café de su mamá
en un sofá magnífico de piel roja, gastadísimo.
Aquello le provocaría poner perdidos tres pañales,
demasiadas historias para digerir, al fin y al cabo
no es más que un niño con dedos de pianista.
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