martes, 15 de febrero de 2011

Iván

iván, tenía dos años y medio

parecido a laura o a lucía, sí,

ya andaba, descubriendo, tanteaba

con la certeza de poseer cada uno

de los segundos de las veinticuatro horas.

Encontró una silla de nogal, con incisiones,

huellas, lenguetazos de amores veraniegos

o viejecitos de hoja perenne, imprimió uno

tras otro en sus dedos, las migrañas de manuel,

el oficial de primera que arrancó la motosierra,

la reserva de vacaciones a cancún de quique,

el carpintero, sintió el barniz derramado

en exceso porque mario tendrá su primera hija

y estaba en las nubes. Iván sonrió, trasdendente,

con una mirada de octavo y apuró el café de su mamá

en un sofá magnífico de piel roja, gastadísimo.

Aquello le provocaría poner perdidos tres pañales,

demasiadas historias para digerir, al fin y al cabo

no es más que un niño con dedos de pianista.

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