ciudades comestibles de madrugada cuando/
a pesar de los pijamas y las notas de algún piano/
que olvidó la cuenta del gin tonic todo adquiere/
la simetría de los pasos de cebra los semáforos/
sin coches a los que dirigir, el grito en mitad de/
la calle principal el sueño de tropezarme con tu sopa/
tibia, densa, tentacular asistencia de por vida, ciudades/
que dicen un sí rotundo seguras de sí mismas huyendo/
de la esclavitud de las demoras, son ellas las que publican/
la topografía de tus manos volviéndose lobos las inyectan/
en los ojos hacia atrás de los que nunca partieron y no huelen/
a aeropuertos o a largas esperas a que salgas del trabajo.//
Pablo Esteve
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