solicitudes. Hoy me inyecté mi dosis, doble
de dilatación de retina. Respiré hondamente
y en el primer metro que me monté, hice recuento.
Sonia, cálmate, no puedes controlarte. Déjame en paz
Mateo, me pongo mala dentro, no, suéltame.
Tres estaciones. Silencio, silencio. Otras tres.
Solo cuando salí por Alonso Cano, la espuma
del café que tomamos ayer, me invadió las pisadas.
Se me nubló el sentido. Hablamos de lo mal que
el gobierno diseña la estrategia de los caracoles,
que somos todos, nos reímos en un inciso de esto.
Me pasaste la servilleta porque habías escrito
la más hermosa declaración de amor, y me la dedicaste
con algo de mariposa y algo de luna. Me gusta el azúcar,
recogerlo con la cucharilla larga y que la lengua
se disfrace con un antifaz de serpiente y de un escobazo
borre el malgusto y las peores digestiones. Como platos,
mis manos más que mis ojos y te robé varias expresiones
de tu rostro, para mi colección particular, para cuando
un tarde de noviembre me disparen salinamente
tus ausencias por horas o los trozos de un edificio
agujereado gruyère, más claro no puedo decirte
que te quiero a borbotones o a guerra de almohadas.
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