martes, 27 de octubre de 2009

El otoño a las 12h57 (exactamente)

Ahí donde lo veis, tiene 93 años. Llevaba una gabardina ocre y pidió un rioja. Ah, y unos morros de cerdo. Sonrió perspicaz (definitiva palabra para este anciano demoledor) con la aristocracia medida. Sabe que esa arquitectura en el Sacramental de San Isidro, dedicada a un tal Godia, le corresponde a él. Porque lo vale. El otoño ya está aquí y mientras todo el mundo se asusta, yo me alegro porque es la temporada de las cafeterías, de encontrarnos en la misma respiración, en el mismo vaho de los cristales. Ojalá sea el invierno más lluvioso de la historia y seamos un poco más esos escolares de Machado contando las gotas que discurren con la monotonía de las tazas, cucharillas y el café. Y mojarnos los bigotes con ese chico que entra sacudiendo su cazadora. Quien esté triste que emigre al Congo belga. Ahí donde lo veis, tiene 93 años. Apura su copa de vino, sonríe mirando desde un futuro ideal con la arrogancia del que sabe que ha triunfado y del que es feliz comiendo unos morros de cerdo en el bar más cutre de la ciudad.
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